Raro es el niño que nunca tiene una rabieta o un berrinche. En esos casos de explosión de ira, sabemos que no se puede ni negociar, ni explicar, ni argumentar. La rabia les impide escuchar lo que les decimos, así que no queda más remedio que aguantar el chaparrón e intentar que no hagan daño a los demás ni a sí mismos.
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